A pesar de estar acusado de un delito que no había cometido, Sebastian Wescott no estaba dispuesto a admitir que necesitaba ayuda. Él sabía que era inocente y no necesitaba que Susan Wysocki, aquella guapísima abogada de ojos vulnerables, lo demostrara. Pero Susan sí lo necesitaba a él; aquel caso podría darle cierta reputación que podría ayudarla a salvar su negocio. Para empeorar la cosas, entre ellos había surgido una inmediata atracción que ninguno de los dos podía negar. Y, mientras Susan se esforzaba en probar su inocencia, él cada vez se sentía más culpable... ¡porque estaba enamorándose locamente de ella!