Cuando el narrador de esta novela llega a Castelnau, muy cerca de Lascaux, tiene veinte años y se enfrenta a su primer trabajo. Allí el joven profesor se abandona a los sueños más violentos, arcaicos, secretos y turbulentos. En estas comarcas, donde aún se representa a la manera antigua el origen del mundo, el sexo separa dos universos: el de los hombres, depredadores, frustrados pero terriblemente astutos, y el de las mujeres, que gira en torno a dos figuras que el escritor describe magistralmente. Hélène, la posadera, emblema de la madre universal, e Ivonne, la belleza misma, que provoca en el narrador un deseo ardiente. «Con una prosa a la que la madurez ha llevado a la cima de la precisión carnal, de la sensualidad en sus evocaciones tiernas o brutales, Pierre Michon describe un universo de evidencias y de misterios cuyo recuerdo nos perseguirá» (Jorge Semprún).